¿Alguna vez has sentido que no tienes nada que decir? ¿Que las palabras se te escapan y no logras plasmar tus ideas en el papel? Si eres escritor, seguramente has experimentado lo que se conoce como “bloqueo creativo”. No, lamentablemente este texto no es para explicar cómo salir de él, este texto es una pequeña auto terapia que quizás a algunos les funcione, para otros quizás sea una tontería más y a partir de aquí dejen de seguir leyendo.
Simplemente hay que decidir plasmar nuestras ideas, tomar un lápiz, un bolígrafo, el teclado de tu smartphone o de tu computadora, dejar que tus dedos y tus manos empiecen a hacer lo que saben hacer. Se confunde tantas veces al escritor con el artista, y es que escribir lleva en sí mismo algo de arte, pero ¿y si no tienes a las musas de tu lado? Comprensible, pero no es definitivo, el escritor no debe ser el objeto pasivo de la inspiración, eso no es ser escritor, eso es complacencia propia del dicho “de músico, poeta y loco, todos llevamos un poco”, no, el escritor es quien, a falta de inspiración, sigue trabajando en lo que hace, que es escribir.
No es escritor quien deja que las musas hablen a través de lo que plasma en palabras en un texto. Escritor es aquel que escribiendo busca y encuentra a esas entidades escurridizas que creen que estamos a su servicio. El escritor, sea del género que sea, va y toma a las musas y no las esclaviza. Por el contrario, aprende a llegar a un acuerdo de colaboración con ellas, porque de esas ideas plasmadas surgirá mucho más: arte, conocimiento, ciencia, ventas, ¿y por qué no?, también mucha más inspiración.
¿Escribes poesía? ¿Eres reportero o periodista? ¿Guionista tal vez? ¿Músico? ¿Cuentista o novelista? ¿Divulgador científico quizás? Da igual, hay algo que solamente tú sabes hacer y que nadie más hará nunca: nadie más tendrá tu visión de las cosas, tu perspectiva de lo que sabes, investigas, creas, imaginas o deseas dar a conocer. Solamente tus palabras pueden completar la avidez del público, porque nadie, absolutamente nadie más le podrá compartir al mundo el orden de tu mente expresada en un texto.
Los humanos hemos buscado la inmortalidad desde que comprendimos lo inevitable de la muerte, la vimos y comprendimos el brusco evento que representa que la materia de la que estamos formados dejará de poder comunicarse con el mundo que nos rodea. Por eso la historia comenzó a existir desde que la escritura llegó al homo sapiens, somos la única especie conocida que es capaz de dejar testimonio, no sólo de su existencia como lo haría un fósil, sino de lo que hacemos, lo que vivimos, lo que sentimos, pero sobre todo, de nuestra identidad, de que no somos solo la especie con rasgos biológicos definidos por el ADN, sino que le damos significado al término individuo, nos volvemos y volvemos a otros trascendentes a la muerte.
Nos aprendimos a comunicar para sobrevivir como especie, pero aprendimos a escribir para existir como individuos, para que la muerte no robara el quienes somos, para que la episteme de nuestras mentes llegara a otros, que aquello que pensamos no se pierda en el limbo de nuestra conciencia, sino que viajara a través del tiempo y del espacio a otro ser pensante, a alguien más que pudiera interesarse por el pensamiento de alguien que, probablemente, ya no esté en este mundo.
También escribimos para llevar la comunicación de manera más rápida y certera de lo que lo haría nuestra voz, así llegaron las palabras de otros a muchas personas antes de que lo audiovisual se pudiera transmitir de manera electrónica. Fue la escritura quien en forma de cartas, con aquella tradición epistolar, comunicó tantas cosas: instrucciones militares, declaraciones de amor, recuerdos familiares, el recuento de las cosechas y los impuestos, las leyes, las noticias del mundo, todo lo que alguien quisiera comunicar más allá de lo que su propia voz era capaz de alcanzar, lo hizo con la escritura.
¿Entonces? ¿Para qué escribes? ¿Escribes para cumplir una misión filantrópica, profana o narcisista? No, escribo porque puedo, porque quiero, porque sé como hacerlo y porque mis ideas no deseo que se queden siendo ideas solamente. Escribo porque en esa escritura alguien más encontrará alegría, encontrará que no está solo en este mundo y porque en ese mismo sentido, sabré que al ser leído por alguien más, yo tampoco lo estoy.
Ya llegó el tiempo de madurar, porque el escritor maduro sabe que no todo mundo se interesa por lo que escribe; sabe que habrá quien odie lo que ha escrito; sabe que puede ser repudiado, odiado o excluido de la sociedad en la que habita por haberse atrevido a llevar sus ideas fuera de su mente y poner cada símbolo cuidadosamente codificado en un idioma para ser leído, estudiado, analizado como una muestra de laboratorio. Pero sobre todo, el escritor maduro, aquel que ha abandonado por completo el sueño adolescente de que amen sus escritos es aquel que se atreve a no vivir en la hipocresía de la mediocridad de pensar que puede vivir de la escritura, porque es verdad, no se vive de la escritura, se vive para escribir.
No lo niego, llegan momentos dolorosos en los que te odias porque tu mente dicta mucho más rápido de lo que tus manos son capaces de plasmar; porque la vida te interrumpe a medio párrafo y olvidas la idea brillante que tenías en mente; porque no eres capaz de encontrar el vocabulario correcto o porque las muletillas se agolpan una tras otra entre monosílabos y te detestas por tu falta de vocabulario o elocuencia; porque finalmente eres humano, lleno de defectos y carencias; porque no importa los años de estudio que lleves en medio de toda tu retórica elegante, finalmente, la ignorancia te sobrepasará y verás que te encuentras derrotado en el piso por tu falta de hilar más argumentos que llenen los espacios vacíos de tu obra.
Quieres escribir con la pasión abrazadora del fuego, que tus palabras se conviertan en un incendio que inflame a los lectores, a tu público, por más pequeño que este sea. Que todo aquello que estás sintiendo pudiera caber en las palabras que conoces y transmitir no sólo el saber por el saber mismo, sino porque quieres llevar a los ojos de quien te juzga, aquella sensación visceral que te ha causado lo que has visto, lo que te enamoró o aquello que te llenó de asco. Quieres que tus palabras sean suficientes para no ser el único que siente lo que tus sentidos te transmiten, y entonces la frustración llega hasta la punta de tus cabellos porque sabes que no es suficiente.
Entonces comprendes, necesitas más herramientas, un diccionario, una enciclopedia, más libros de literatura y, ahora, hasta una inteligencia artificial que te diga cómo mejorar lo que ya has escrito, el teclado más ergonómico, la pluma con la tinta más fluida, el papel más elegante, te rodeas de cuanta banalidad te encuentras en el mercado porque piensas que así transmitirás mejor las oraciones que se agolpan en tu mente, y mientras tanto, te has perdido de escribir lo que era realmente importante, la idea que en ese momento de banalidad se perdió para siempre y no volverá, porque tus circunstancias ya cambiaron.
Y es que es verdad, “yo soy yo y mis circunstancias” y entonces, cada instante me da circunstancias nuevas, obstáculos nuevos, oportunidades nuevas, y todo eso me transforma a cada segundo. La sensación de hambre porque no has comido nada desde el desayuno y ya son más de las seis de la tarde, la respiración de tu perro que humedece con su mojado y cálido aliento la base de tu pierna, los ruidos de los vecinos con su música o sus eternos pleitos, y después de unos cuantos minutos, eres otro, más malhumorado, más vivaz, con más cansancio o perdido en la ansiedad que te provoca buscar una taza de café para continuar después con lo que estabas escribiendo.
Ahora, eres otro, alguien que apaciguó su pasión inicial al comenzar a escribir; alguien que piensa: ya escribí mil trescientas cuarenta y siete palabras y quizás ya debería terminar esta perorata; pero entonces recuerdas, que había un objetivo primordial, que ya estabas a punto de olvidar, y que quizás con ese objetivo deberías culminar tu redacción; que empezaste a escribir ya no por el lector (que obviamente agradeces tener), sino que llegaste a este punto para romper la sensación de impotencia al escribir y recordar que solamente quien escribe, se puede llamar escritor.