La monotonía

Son las cuatro de la mañana y ha sonado el despertador que programé en mi teléfono, todo está oscuro y solamente se alcanza a escuchar las respiraciones profundas de quienes se encuentran a mi lado, mi pareja sigue durmiendo pero al recibir la tenue luz de la pantalla del smartphone aprieta los ojos y emite un leve gruñido indicando su molestia. Todavía falta media hora para que realmente me tenga que levantar, pero tengo programadas otras dos alarmas por si acaso la primera no es lo suficientemente convincente para obligarme a salir de la cama.

Encima de mi se encuentra mi gata durmiendo y mi almohada está húmeda por la saliva que seguro derramé durante la noche. Tengo la boca seca, mis ojos están somnolientos y cubiertos de lagañas. Mi estómago me dice que, aunque tengo todavía tiempo para dormir un poco más, ya debería pararme para ir al baño.

Retiro de encima a mi gata que seguramente seguirá durmiendo después de que me levante pesadamente, la dejo sobre de mi almohada y sí, no me equivoqué, nuevamente se ha convertido en un pequeño ovillo de pelos y continua durmiendo. Acomodo las cobijas para que no se destape mi pareja, finalmente hace un poco de frío a pesar del calor que hizo durante la noche.

Mis sandalias de baño se encuentran por todos lados menos donde las dejé en la noche, todavía estoy un poco dormido, pero con mucha dificultad logro encontrar cada una de las piezas de hule que evitarán que mis pies descalzos toquen las frías placas de cerámica que cubren mi habitación (realmente cubren todas las partes de mi casa menos el área del sanitario, que también es de cerámica pero de otro diseño para hacer la “diferencia”).

Camino hacia el baño a trompicones, ¿Cuántos minutos han pasado? ¿5 minutos? ¿cómo es posible que ya haya pasado tanto tiempo? Bueno, da igual, levanto la tapa del escusado y me siento como todas las mañanas a hacer lo que se supone que tengo que hacer, pero da igual, amanecí estreñido y no importa que pasen diez, quince o veinte minutos, nada saldrá así que me rindo, descargo la carga de agua de la caja del baño y me voy a lavar la cara para ver si logro despertar un poco más.

Se supone que en este punto ya debía haber revisado en mi celular las noticias, pero no recuerdo nada, aunque no lo sea, parezco más un zombi que un humano, estoy funcionando de manera automática… salgo del baño y ya todos los demás se han levantado, así que voy a mi ropero para ponerme la ropa de ejercicio y preparar mi ropa de trabajo, la cual guardo sin cuidado en el maletín del gimnasio.

La sensación de boca seca continua, pero da igual, ya se está haciendo tarde así que solamente me lavo los dientes para evitar tener el aliento nocturno, la pasta de dientes me adormece la lengua por unos instantes, me paso un cepillo por el cabello para quitarme el llamado “almohadazo” y llevo las cosas al auto para salir apresurado para evitar el tráfico matutino de la ciudad.

El día ha empezado, aunque no lo parezca, son las cinco de la mañana y el tráfico ya es intenso, los semáforos no ayudan y voy con el fastidio de pensar que si no hago algo no alcanzaremos a llegar a tiempo al gimnasio para hacer la rutina completa… rutina, esa palabra que fastidia tanto como el dolor en los músculos mientras estoy en los aparatos, tratando de hacer la mayor cantidad de repeticiones con el mayor peso que pueda, veinte repeticiones, cuarenta, sesenta, ya son cuatro series, ahora el cardio, correr tantos kilómetros como pueda sin avanzar en la caminadora, rodeado de más personas que veo que tienen mejor físico que yo y que son más rápidos, más fuertes, más ágiles, con mejor actitud que la que internamente siento.

correr tantos kilómetros como pueda sin avanzar en la caminadora, rodeado de más personas que veo que tienen mejor físico que yo y que son más rápidos, más fuertes, más ágiles, con mejor actitud que la que internamente siento
correr tantos kilómetros como pueda sin avanzar en la caminadora, rodeado de más personas que veo que tienen mejor físico que yo y que son más rápidos, más fuertes, más ágiles, con mejor actitud que la que internamente siento

Me la paso quejándome internamente mientras a los que me rodean les dedico unas cuantas sonrisas condescendientes, que más bien parecen muecas mientras me retuerzo por el esfuerzo y el cansancio sumergido en sudor mientras que mi corazón late como caballo desbocado.

Por fin, llegó la hora, ir a la regadera, estoy empapado en sudor y los guantes se quedan pegados en mis manos igual que el resto de la ropa que tengo puesta, el casillero que resguarda mis pertenencias me presta la toalla, pero el vestidor es otra capilla de inseguridades dadas, veo los cuerpos desnudos de quienes se notan han tenido más disciplina que yo durante años, varios cuerpos que han sido esculpidos por el cincel del esfuerzo continuo de años y una alimentación baja en carbohidratos y grasas, mientras pienso: “no, yo no soy así”.

Llego por fin a la regadera y el agua helada me contrae instintivamente, mi cuerpo saca vapor al contacto con esta agua, la cual poco a poco se torna un poco tibia, pero debo apresurarme para alcanzar a desayunar en el trabajo antes de que empiece el horario laboral, porque a los jefes no les gusta que coma mientras trabajo.

Salgo molido del gimnasio, me dirijo al auto y salgo del estacionamiento con la esperanza de que una manifestación matutina no me arruine la ruta. Por fin llegué, ahora, caras malhumoradas por todos lados, fastidiados empleados pensando en qué problemas les traerán sus jefes, el público, otros platicando despreocupados cargando su café costoso de alguna franquicia popular.

Acomodo mi escritorio y reflexiono: “ya estoy harto, harto de esta monotonía, ‘monotonía’, esa palabrita que odio, la odio porque me recuerda algo, me recuerda que soy un maldito experto en lo que hago porque llevo más de diez mil horas haciendo todos los días lo mismo durante los últimos cinco años”.

ya estoy harto, harto de esta monotonía, ‘monotonía’, esa palabrita que odio, la odio porque me recuerda algo, me recuerda que soy un maldito experto en lo que hago porque llevo más de diez mil horas haciendo todos los días lo mismo durante los últimos cinco años
ya estoy harto, harto de esta monotonía, ‘monotonía’, esa palabrita que odio, la odio porque me recuerda algo, me recuerda que soy un maldito experto en lo que hago porque llevo más de diez mil horas haciendo todos los días lo mismo durante los últimos cinco años

Sí, soy un experto, un experto calentando el asiento de mi cubículo de oficinista, prendiendo mi computadora, haciendo oficios, calculando cifras, consultando leyes, atendiendo clientes, comprando café para los compañeros y para el jefe, cinco años en los que la pasión se fue diluyendo día con día como unos granos de café en un chorro continuo de agua hasta que parece que el café se olvidó y esto es solamente agua.

Esa monotonía que me recuerda ahora que ya lo sé todo, ya sé los protocolos de todo lo que hay que hacer, que me tienen convencido de que la monotonía no es otra cosa que el reflejo de mi propio miedo y mediocridad, de que me aterra tomar mi conjunto de folders y azotarlos en el escritorio de mi jefe y decirle: “renuncio, ya estoy harto de esto”, porque sé que no tengo otro trabajo seguro donde me paguen lo que me pagan aquí, mediocre porque después de más de cinco años haciendo lo mismo, no creo ser capaz de hacer algo diferente, entonces culpo al lugar, a la empresa, a mi jefe, a mis compañeros, al universo mismo que no me puso en una posición más privilegiada.

¿Yo qué culpa tengo de no haber ido a una universidad costosa para hacerme amigo del dueño de un gran corporativo y vivir dando las órdenes que a mí me dan? ¿Acaso no merecería un lugar mejor? ¿Un coche mejor? ¿un cuerpo mejor? ¡Agh! ¡Ya estoy harto! O al menos, eso grita mi mente mientras lleno un nuevo expediente en la computadora, pero lo admito, soy cobarde, ya no quiero salirme de mi zona de confort, el universo será el culpable de mi infelicidad porque soy incapaz de reconocer que el miedo me domina cada vez que pienso que podría emprender una aventura diferente, una donde yo domine mi destino y no sea mi destino el que me ha llegado a dominar.

¡Ahí está la clave! Es cierto, qué tontería, me he estado quejando durante los últimos meses, años, mi vida entera, ¡ah que injustas fueron las circunstancias conmigo!, pero ¿no soy ya un experto? ¿No soy justamente lo que me quise convertir durante tanto tiempo? ¡Soy un maldito experto! Conozco a detalle todo lo que se debería conocer en este oficio, ¿y si me pongo a experimentar? No hay nadie en la oficina que haga tan bien y tan rápido como yo las cosas, puedo darme el lujo de desafiar los protocolos.

¿Y si ahora me aventuro a enseñar lo que sé? Sí ¿por qué no? Puedo publicar todo lo que sé porque soy un experto, pero no se me da escribir, grabar audio o vídeo… ¿no era esa la aventura que querías? ¿No querías nuevos retos? ¿No querías la oportunidad de aprender cosas nuevas? No sabes lo que se tiene que hacer para publicar, y ahí está tu nuevo aprendizaje, aprende cómo hacerlo. ¡Ahí están los retos que querías! Eres un experto que tiene ahora el lujo de hacer a su ritmo las cosas porque no hay quien sea más rápido que tú.

No, la vida no te dio una existencia fastidiosa, tienes los seres que adoras, tienes a tu impulso para levantarte cada día, tienes el privilegio de enfrentar cada mañana una aventura diaria en el tráfico de una ciudad gigante, tienes desafíos diarios para volver tu cuerpo su mejor versión cada día, toma la decisión de que la monotonía no son tus circunstancias, sino tu perspectiva ante ellas, puedes ser la víctima o puedes ser el héroe, porque con tus circunstancias no cambiarán, lo que cambiará será tu visión y lo que hagas con ellas.

la vida no te dio una existencia fastidiosa, tienes los seres que adoras, tienes a tu impulso para levantarte cada día, tienes el privilegio de enfrentar cada mañana una aventura diaria en el tráfico de una ciudad gigante, tienes desafíos diarios para volver tu cuerpo su mejor versión cada día
la vida no te dio una existencia fastidiosa, tienes los seres que adoras, tienes a tu impulso para levantarte cada día, tienes el privilegio de enfrentar cada mañana una aventura diaria en el tráfico de una ciudad gigante, tienes desafíos diarios para volver tu cuerpo su mejor versión cada día

No, ya no, ya no volveré a quedar atrapado por ti monotonía, porque ya no quiero ser la víctima, nací para ser el héroe, aquel que se enfrenta al gigante de lo cotidiano para vencerlo cada día, como el dios Ra lo hace con Apofis y cada noche vencer a la serpiente inmortal.

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