Existe una pequeña frase que para muchos inspira terror, la tan temida “deadline”, en general los que nos dedicamos a crear algún tipo de contenido la tenemos muy conocida, sin embargo, en todos los campos laborales que se trabaja bajo fechas límites hemos experimentado su terrible y fantasmal presencia.
Para ser honesto contigo, esta reflexión la estoy creando justamente bajo de esta triste premisa, porque dejar para el último momento cualquier actividad importante, nos llena de un gran estrés, que si bien podría ser estimulante en muchos casos, la sensación que provoca el cortisol y la adrenalina en nuestras venas y nuestro sistema nervioso, pueden ser tan horribles y escalofriantes que pareciera como si estuviéramos siendo presas de un asesino, mientras estamos ocultos en el interior de un ropero.
Para muchos, especialmente los jefes, los editores, los clientes y hasta nosotros mismos, podría parecer un problema en el que han sido nuestras propias acciones las que nos han metido en él, terminamos siendo tachados de irresponsables, flojos, ineficientes, insuficientes, en pocas palabras, somos los peores trabajadores que existen.
¡Ay! ¿Cuántas veces me he enfrentado a este demoniaco panorama? Son tantas que a lo largo de mi existencia ya he perdido la cuenta, he dejado para el último momento cosas que parecerían de vida o muerte entregarlas antes de que se termine el tiempo.
Desde niño era terrible para hacer la tarea a tiempo, recuerdo tantas noches en las que ya era más de medianoche y aún estaba apurado tratando de terminar una tarea escolar que era para el día siguiente. Recuerdo a mi madre agotada del trabajo, con su cara de molestia y desesperación porque, aunque no me ayudara a realizar lo que era “mi responsabilidad”, sí permanecía a mi lado, a veces sentada junto a mí en una silla del comedor, en otras aprovechando el tiempo haciendo la limpieza de la casa o la comida para el día siguiente.
Mientras tanto, yo cansado, cabeceando por culpa del sueño y el agotamiento, escribiendo, dibujando, leyendo o recortando las cosas que debería entregar a mi maestra a la mañana siguiente. Por fin, cuando terminaba, guardaba mi material escolar en mi mochila y le decía a mi mamá, con cara de arrepentimiento y de sueño, “ya terminé”. No alcanzo a recordar cuantas veces me miró con cara de frustración y un poco de decepción, mientras decía: ¡Siempre es lo mismo contigo! ¿Por qué siempre dejas las cosas para el último momento?
Obviamente no era una pregunta que esperara respuesta, tampoco la habría tenido si es que realmente fuera algo más que mera retórica. Finalmente me daba a veces un beso en la mejilla y me mandaba a acostar, a veces era tanto su enojo que simplemente me enviaba a dormir.
¿Cómo podría olvidar los casos en los que sufría del síndrome de la cartulina? Sé que quizás, tú que me estás escuchando sepas de lo que hablo, sí, me refiero a la solicitud típica a la mitad de la noche, “mamá, mañana tengo que llevar una cartulina a la escuela”. Sí, es más que obvio el regaño merecido, porque seamos realistas, era típico justificarse diciendo, nos la pidieron hasta hoy, cuando sabía perfectamente que las maestras casi siempre lo hacían con suficiente tiempo de anticipación, pero era más el miedo de enfrentar esa cara de desaprobación, miedo que me hacía mentir, mentira que por cierto, no era efectiva, pues aun así, habría podido pedir la cartulina (o el material que me hubieran pedido) ese mismo día durante la tarde, en algunos casos, desde que salía de la escuela.
Pero no, mi mente suele confiarse mucho, es como si mi subconsciente estuviera seguro de que ocurriría algún milagro que me ayudaría a cumplir con aquello a lo que estaba comprometido. En otras ocasiones era que sobrestimaba (o sigo sobrestimando) mi capacidad de hacer en poco tiempo mis responsabilidades.
Sinceramente nunca he pensado en no cumplir con mis obligaciones, si digo que haré algo es porque realmente estoy convencido de que lo haré, no importa cuánto tiempo me tarde, pero conozco mis capacidades y, aunque a veces tarde mucho más tiempo de lo que yo pronostiqué, siempre logro lo que me propongo.
Aunque la vida no siempre espera, menos en el mundo en el que nos movemos actualmente, en el que parece que cada vez tenemos que hacer más y más cosas en menos tiempo, llegar a una cita de trabajo, entregar un proyecto, recoger a alguien o un pedido, cumplirle a algún cliente, todo ya lleva un límite de tiempo, una línea mortal en la que muchas veces, si no alcanzas a cumplir en la fecha establecida, no solo decepcionas, no solamente no cobras ese trabajo, simplemente terminas perdiendo la confianza de a quien no le lograste cumplir lo prometido.
Y esa pérdida de confianza es quizás lo peor, si es un cliente, lo pierdes para siempre y ya no lo recuperas, si es un amigo pierdes la amistad, si es tu familia, pierdes su cariño y su respeto, y esto último es como si hubieras perdido el último barco a la salvación.
No somos indispensables, sin importar qué tan importantes seamos para algo o para alguien, nunca seremos irremplazables, es por eso por lo que la confianza se transforma en uno de los tesoros más importantes que podemos encontrar en esta existencia, porque también a veces parecería una lápida dorada, una carga y un tesoro tan maravilloso que, a pesar de su peso, queremos seguir cargando porque conocemos su valor.
La verdad es que no pienso justificarme, imprevistos existen tantos en este tiempo que pasamos en la Tierra, que pensar que soy el único que pasa por esos problemas y circunstancias sería lo más patético que podría utilizar. Es por eso por lo que llego a estos momentos límite para cumplir, es por eso por lo que, a pesar del agotamiento que siento, sigo luchando por cumplir lo prometido, el compromiso que le hice a otros y finalmente me terminé haciendo a mí mismo.
Un amigo me comentó, “pues sí, si no entregas tu trabajo no comes”, y parecería lo más importante, pero ¿qué pasa si le fallas no sólo a tus clientes? ¿A tus amigos? ¿A tu familia?, porque si no cumples, finalmente no vives, ya que a pesar de que se diga que nacimos para ser libres, dentro de esa libertad nunca dejamos de crearnos cadenas que nos mantengan vivos.
Son las relaciones de trabajo, sociales, familiares las que le terminan dando un sentido a esta vida, y esas relaciones se encuentran llenas de compromisos, porque irónicamente, en medida como cumples con otros, en esa misma medida cumples contigo mismo, con tener un valor como persona, porque es falso que nuestro valor depende de cuanto tenemos, valemos realmente por lo que hacemos, por aquellas cosas que hacemos por otros, por aquellos espejos que son los otros, que en su propia percepción vemos lo que realmente somos y la importancia que representa nuestra existencia en este mundo.
Es por eso por lo que, si tú me estás escuchando o leyendo en este momento, quiero que sepas que porque te valoro, valoro que pongas atención a mis palabras, que eres importante para mí, tan importante que no importó el estrés o el cansancio que tenía, decidí llegar a ti con mis palabras, porque es un compromiso que me hice al traerte estas reflexiones semana a semana.
Porque así es este mundo, somos tan importantes para otros en la medida en la que ellos son importantes para nosotros, porque cada vez que cumplimos, les hacemos sentir cuanto nos importan, aún si no lo llegan a decir o a demostrar cómo nos gustaría, esa sensación es imposible de apartar, aún de aquellos que siempre muestran la mayor apatía.
Eso es fácil deducir porque yo también me siento importante cada vez que alguien cumple algún compromiso que hizo conmigo, porque aun cuando yo no lo diga, me da tanta felicidad el saber que alguien tuvo que sortear todas las dificultades posibles para alcanzar a lograr aquello que me ofreció, que tuvo que pasar por el tráfico de esta ciudad, que tuvo que dejar de lado sus gustos, o a veces hasta sus necesidades personales, para llegar a tiempo, que pudiendo aprovechar esos minutos, horas o días descansando o divirtiéndose, dedicó esos momentos para valorar lo que yo represento como cliente, amigo o familia.
Y sí, a veces son tantas dificultades, cosas fuera de nuestro control, problemas inesperados, a veces hay que vencernos a nosotros mismos y nuestra propia autoconfianza, y todas las cosas que debemos enfrentar, para cumplir con otros y demostrar nuestro propio valor, aun cuando para vencer en esta vida cotidiana sea, tocando la línea de la muerte.