La Sangre

Esta semana fui a donar sangre, soy de los pocos privilegiados que tienen la salud suficiente para poder hacerlo así que es frecuente que cuando se necesita un donador para cubrir algún requisito porque algún familiar se encuentre internado y le soliciten donadores, sea yo el que pueda brindar este apoyo.

A pesar de ello, es imposible negar que el donar sangre es, como menos, incómodo, ya que hay que dejar las actividades cotidianas, el trabajo, el ejercicio, hay que pensar en tiempos de desplazamiento, documentos burocráticos, comer más sano 24 horas, ajustarse a las reglas del banco de sangre, en fin, cambiar tu rutina para brindar el apoyo a quien lo llega a necesitar.

El momento de la donación tampoco es sencillo, los que son novatos en esta experiencia conocerán la sensación de nerviosismo que invade nuestro cuerpo antes de que nos tomen la muestra y nuestros signos vitales, aunque para los que ya somos experimentados, sabemos también que esos nervios no nos abandonan del todo, conocemos la responsabilidad que recae sobre nosotros, especialmente cuando sabemos que somos la última opción para cubrir el requisito de los donadores.

Pensar en que quizás se detecte algo mal en nuestra muestra o nuestros signos vitales y seamos rechazados, o peor aún, que descubran que estamos enfermos de algo grave y nosotros no lo sabíamos, es una sensación que permanece siempre entre todos los donadores.

A pesar de ello, cuando nos dicen que nuestra muestra y signos están en orden, el alivio es solamente momentáneo, porque ahora viene la hora de la verdad, soportar la extracción que suele ser de poco menos de un litro del vital líquido. Quizás no parezca mucho, pero soportar la pérdida de esa cantidad de sangre tampoco es poca cosa para la mayoría de los humanos, es posible que uno sufra desde mareos, hasta casos más extremos en los que se llegan a desmayar los donadores.

Sumado a lo anterior, sabemos que pueden ocurrir varios problemas durante la donación, un mal cálculo del enfermero o técnico que perfore de más la vena, que los nervios nos traicionen y nos movamos cuando se introduce la aguja, el tener una crisis de ansiedad durante la extracción, todos problemas muy posibles, algunos que pueden dar muchos problemas tanto a los donadores como al personal del banco de sangre.

Hasta aquí parecería que es algo aterrador el volverse donador, es como si en lugar de alentar a otros a “donar vida” como reza el eslogan de los bancos de sangre, quisiera disuadir a quienes me están prestando su atención.

Pero no, el vivir esta experiencia me recuerda ante todo una cosa, el donar sangre es un privilegio que se debe tomar con toda la responsabilidad del mundo, porque es cierto, en cada donación estamos “donando un poco de nuestra propia vida”, no se trata solamente de cubrir un requisito burocrático para que las trabajadoras sociales no nos retengan a nuestro paciente, se trata de todo lo contrario, la burocracia es un añadido, lo realmente importante es lo siguiente:

¿Qué tan mal tiene que estar una persona para depender de la sangre de un completo extraño para seguir viviendo? Esa es justamente la parte importante, porque tenemos que pensar justo en eso, son extraños ayudando a extraños, yo no sé mi sangre en las venas de quien irá a parar, ese líquido rojo encendido, del que todos dependemos para seguir viviendo, llegará a transformarse en el fluido que mantendrá en este mundo a un perfecto desconocido.

¿Esa persona que necesita mi sangre cómo será? ¿Tendrá familia y seres que lo amen? Quizás de su trabajo dependan muchas personas, ¿será joven o anciano? ¿hombre o mujer? Quizás pueda ser una persona mala, un ladrón, un asesino, o tal vez sea alguien importante para el mundo entero, un oficinista, un estudiante, un empresario, un artista, a lo mejor le llega a alguien más de mi propia familia sin yo saberlo.

Dicen que a través de la sangre se puede transmitir parte de nuestra esencia, de nuestra propia alma, la verdad es que yo no lo sé, ¿y si resulta que se transmiten las cosas malas de mí? ¿mis propios demonios? Espero que no, ojalá que con mi sangre esa persona pueda recibir lo poco bueno que tengo en mi ser, que sea algo que le pueda hacer poner feliz, que le otorgue al menos la buena salud de la que gozo, salud que fue la que me permitió en un principio lograr ser un donador.

Y es que también me puse a analizar el sentido lingüístico de la palabra donador, es decir, aquel que da algo voluntariamente y sin esperar nada a cambio, pero que posee dentro de ella una raíz particular, es decir, “don”, una partícula que en latín nos indica “regalo”, aquello que no pedimos y por lo cual poseemos algo, siendo este don justamente la capacidad de compartir vida con aquellos que pueden necesitar de nuestro don.

Es raro cuando lo pienso, especialmente porque nunca he requerido una transfusión sanguínea, ¿qué tan mal tiene que estar otra persona para necesitar el fluido de alguien más para poder seguir viviendo? ¿Sentirá miedo o estará quizás inconsistente? ¿Sabrá que está recibiendo la sangre de otro ser humano? ¿Se preguntará cómo era el humano que le está dando ese obsequio sin esperar nada a cambio?

Pensaría que si yo estuviera en la necesidad de recibir una transfusión, quizás estaría muy agradecido con la persona que me donó su sangre para seguir viviendo, pero lo más probable es que nunca supiera quién lo hizo, y está bien, en mi forma de pensar, tampoco me gustaría que quien reciba la sangre que doné llegara a saber quien soy, cómo soy, quizás estaría decepcionado si supiera que fui yo, tampoco soy un ser humano espectacular como para que me pensara especial y que se enorgulleciera de llevar mi sangre. Soy simplemente otro ser humano con demonios y virtudes como el resto de la humanidad.

Sí, aquí es donde mi pensamiento se vuelve un poco más animado, porque ya comprendí que tengo un don, un gran regalo que no sé quien me dio, la naturaleza, Dios, el universo, mis genes, sea quien haya sido, no fue mérito propio el tener la capacidad de donar sangre, el hacerlo no me vuelve ni mejor ni peor persona, solamente es una consecuencia de ser un poco más saludable que otros, pero esa pequeña diferencia me regaló la experiencia de saber que pude hacer algo que a simple vista es insignificante, pero que su resultado es el poder mantener con vida a otro ser humano.

Y es que en esas cosas pequeñitas se encuentra la gran enseñanza de este día, creemos que para impactar en el mundo se tienen que hacer acciones espectaculares, crecimos con la imagen de superhéroes, de personajes mitológicos o legendarios, de santos o de figuras famosas, creímos que para impactar en el mundo había que ser como ellos, cuando no es verdad, a veces basta con recostarse en una camilla, dejar que te pongan una aguja y por unos minutos dejar que tu sangre llene una pequeña bolsa para lograr hacer la diferencia entre la vida y la muerte de otra persona.

Son esos detalles pequeños, casi insignificantes los que le otorgan al mundo su belleza, el bosque que logró surgir a partir de una pequeña semilla, que gracias a que germinó logró llenar grandes hectáreas de tierra a lo largo de los siglos, una pequeña molécula de vida que evolucionó hasta llenar un planeta entero con formas de vida inimaginables.

Y es que el tiempo, aunque no lo podamos percibir de la misma manera, logra hacer que las cosas pequeñas logren grandes cosas, dándole sentido a la existencia misma y a que todos podamos hacer la diferencia, a veces con un simple respiro.

El Talmud hebreo tiene una frase peculiar, la cual dice “Quien salva una vida, salva al universo entero”, quizás eso cobra más sentido cuando comprendemos el impacto del tiempo en las pequeñas acciones, cuando comprendemos que ayudar a otros, aún con el apoyo más mínimo que podamos imaginar, logra ser de una gran importancia para todos los seres que habitamos este mundo.

A veces basta con escuchar a alguien, en otras ocasiones con darle una sonrisa a alguien triste, con abrazar a alguien que está llorando, con darle un poco de comida o agua a un animalito de la calle, porque esas pequeñas acciones, a lo largo del tiempo se vuelven tan importantes como quien fundó una asociación para ayudar a los desamparados, ya que al final, aunque no lo parezca, lo que vale realmente es dar lo que nuestra capacidad nos permite.

Quizás, y sólo quizás, el universo no sólo encontró en la humanidad la manera de lograr admirarse a sí mismo, sino de que este ser tan lleno de defectos y virtudes, encontrara la manera de ayudarse a sí mismo y a otros, aunque eso implique un poquito de sangre.

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